lunes, 25 de junio de 2012

Un regalo de la China



H
abía una  vez  una nena que se llamaba Alita. Vivía en la calle muñequitas con su niñera,  que la cuidaba mientras sus padres estaban de viaje.
Cierto día, alita recibió una carta de sus papás. Se la enviaban desde la lejana china y en ella decían que volverían pronto con un lindo regalo: ¡un verdadero muñeco chino! 
¡Cómo se alegró Alita con la noticia! Pero cuando por fin llegaron sus padres, y ella, curiosa, desempaquetó su regalo, ¡que decepción!, aquel muñeco chino aunque tenía un vestido precioso, no le gusto nada, pues su cara era tan triste como diez días de lluvia. Tan triste que, Alita sin quererlo, se entristeció también al mirarlo…
¡No! Decididamente, no le gustaba ese chinito apenado. Lo puso en el rincón más apartado de su cuarto y siguió jugando con los otros juguetes que tenía.
Todos saben que cuando el reloj anuncia la medianoche, los juguetes comienzan a vivir y hablar
-¿Qué tienes?- preguntó Carmen, la muñeca española, a Chinito, que seguía en el rincón donde lo había puesto su dueña.
Chinito no contestó…
-Yo sé lo que le pasa-intervino el osito de lana-, como es que un chinito no habla más chino y no entiende el castellano. Porque eso estará triste…
Ya lo creo-afirmo el elefantito de hule -. A mí me ocurrió lo mismo. Cuando me trajeron de África no comprendía ni jota de lo que me hablaba la gente.
Los juguetes habían dado en el  blanco: apenas Chinito salió de su país, ya no entendió  nada de lo que pasaba alrededor suyo; ni si estaban    hablando bien o mal de él, ni a dónde lo llevaban, ni nada…
¿No tenia, pues,  razón en estar triste?
¡Menos mal que la pena de chinito tiene remedio!-dijo el elefantito, y hablaba por experiencia.
-¡Claro! –exclamó Carmen -. ¿Para que esta la escuela en el  bosque sino para que vayan a aprender a leer y a escribir los que no saben?
-en cinto minutos tenemos que salir para llegar puntuales al colegio. ¡Llevemos a chinito con nosotros!
-saltó el osito, y todos los juguetes aprobaron su idea.
Chinito, claro está, no comprendió nada, pero no obstante se dejó llevar…
Salieron de la casa y al pasar por la librería de doña Gatita, Carmen entró y compro un cuaderno y un lápiz y se los regaló a chinito.
¡Cómo se lo regalo al extranjero!  ¿Adivinaba para qué le servirían aquellos útiles?
 Carmen, Osito, Elefantito y Chinito iban, muy tranquilos, camino de la  escuela, cuando de repente vieron en el aire una extraña nube, negra como el carbón, que se acercaba más y más…
-¡Cuidado! ¡La bruja Odialetras! –gritó Osito.

Y todos se escondieron rápidamente  detrás  de un  árbol. ¡Cómo se asusto Chinito! Claro, el no podía saber  que siempre que los juguetes se dirigían al colegio, una mala bruja los acechaba para impedirles que llagaran sanos y salvos.

Se llamaba Odia letras, porque les tenía una rabia de las mil brujas a todos los juguetes y chicos que querían estudiar. Y los odiaba porque ella misma no sabía ni leer ni escribir y era tonta como si tuviera  la cabeza llena de aserrín.

Montada en su larga escoba,  Odialetras buscó y buscó a los cuatro amigos. Pero no pudo encontrarlos.

Y por fin, echando maldiciones al abecedario, a las sumas y retas, la bruja se perdió  por los aires.

            Los juguetes salieron de su escondite y corrieron.

            Legaron justó cuando el maestro Jirafín entraba a la clase… ¡Cómo se asombró Chinito al ver tanta gente reunida! Animalitos, grandes y chicos, juguetes y muñecos  de la vecindad habían concurrido para aprender todo lo que debe saberse en el bosque o en la ciudad.

-¿Quién es el nuevo de la segunda  fila? –preguntó el maestro Jirafín, señalando a Chinito.

Elefantito se levantó por su amigo y explicó el caso al maestro.

-Si no es más que eso –exclamó Jirafín- , les aseguro que dentro de un mes Chinito sabrá charlar en castellano como cualquiera de ustedes!

Y  quien cree que es el maestro   Jirafin  había exagerado se equivoca.

            Desde aquella noche, Chinito fue siempre a la escuela del bosque. Y acabo de un mes… ¡Supo hablar como todos! Podía leer y escribir y estaba tan contento, tan queretecontento que su carita reflejaba una gran alegría.

            Podrán imaginarse que Alita, su dueña, notó el cambio y desde entonces sí que le gustó jugar con él.

¡Con un Chinito tan feliz y sonriente!

            Ahora que Chinito sabía hablar castellano se celebran las reuniones nocturnas más divertidas e interesantes que los juguetes jamás habían organizado. El muñeco les contaba las más extrañas cosas sobre lo que había visto en su país, la China y los juguetes lo escuchaban, maravillados…

Tanto habló una noche,  que ninguno de los reunidos se dio cuenta que ya había pasado la hora de salir para ir a la escuela.

La primera en notarlo fue Carmencita. ¿Qué hacer?

De ningún modo podían faltar a clase, pero a pie no llegarían a tiempo…

-Por esta vez me pongo  a vuestra disposición

-dijo entonces un autito rojo.

¡Qué salvación para los cuatro amigos! Rápidamente subieron al coche. Chinito hizo de conductor y veloces como el rayo corrieron al colegio.

Pararon el cochecito a pocos pasos de la escuela y apenas se hubieron sentado en sus banquitos, entró el maestro Jirafin… La clase fue linda como siempre: leyeron, escribieron, sumaron, restaron, y por último, cantaron.

  Pero mientras cantaban alegre mente, afuera sucedía algo terrible: la bruja Odialetras, la que jamás se cansaba de espiar alrededor de la escuela, había descubierto el autito de nuestros amigos.

-¡Buena presa!  - dijo la malvada vieja.

Y en un abrir y cerrar de ojos se sentó al volante, puso su escoba en el asiento trasero, apretó el acelerador y . . . ¡brr. . . brrr! Se escapó en el coche de los juguetes.

Estos, al oír el ruido del motor, saltaron de sus bancos ¡, y al comprobar que el auto ya no estaba,

Chinito gritó:

¡Fue a bruja Odialetras!  ¡Estoy seguro!

-¡Pobre cochecito! – exclamó Carmencita -. ¡Nos ayudó tan generosamente y ahora esa vieja lo ha secuestrado!

-¡Tenemos que rescatarlo! – gritó el Osito.

-¡Pronto, compañeros!-ordenó Chinito-. ¡ Sigamos las huellas del autito!

Así lo hicieron y después de mucho andar y rastrear llegaron a la casa de la bruja.

Por la ventana vieron que Odialetras estaba durmiendo, muy contenta por su reciente hazaña. ¡Y detrás de la casa, bajó un cobertizo, estaba el auto rojo!

-¡ Rápido! ¡subamos y escapemos! –apuró Carmen.

Pero Chinito le hizo una seña de que se callara.

-No hay que hacer ruido. ¡Si hacemos arrancar el motor, la bruja se despertará y nos hechizara a todos!

Chinito se rompió la cabeza pensando cómo rescatar el coche sin que la bruja se diera cuenta. En eso se vio la escoba voladora de Odialetras, apoyada en la puerta de la casa. Y en uno dos  por  tresse apoderó de ella y la ató con un piolín delante del coche.

Mientras él montaba en  la escoba, ordenó a  sus amigos que se subiesen al auto , y…¡uyyy! Empezó  el viaje jamás había hecho un auto:¡Un viaja por el aire!

Y en esta forma llegaron a su casa de la calle, muñequitas, felices de haberse salvado gracias a la astucia de Chinito, el héroe de esta aventura . . .

¿Y la bruja Odialetras? No sólo perdió el coche que había robado, sino también su escoba. Y sin escoba ninguna bruja del mundo puede moverse. De ahí que tuviera que quedarse en casa para siempre… Ahora ya no puede molestar a ningún juguete, muñeco o Chino que va a la escuela.                  

          

viernes, 22 de junio de 2012

Martín fierro 1


Aquí me pongo a cantar

Al compas de la vigüela,

Que el hombre que lo desvela

Una pena extraordinaria

Como la ave solitaria

Con el cantar se consuela.



Pido a los santos del cielo

Que me ayuden mi pensamiento

Le pido en este momento

Que voy a cantar mi historia,

Me refresquen la memoria

Y aclaren mi entendimiento.



Vengan santos milagrosos,

Vengan todos en mi ayuda,

Que la lengua se me añuda

Y se me turba la vista;

Pido a mí dios que me asista

En una ocasión tan ruda.



Y he visto muchos cantores,

Con famas bien obtenidas,

Y que después que alquiridas

No las quieren sustentar;

Parece que sin largar

Se casaron en partidas.


Hércules y el boyero


Conducía un boyero una carreta hacia una aldea, y la carreta se despeñó a un barranco profundo.

El boyero, en lugar de ayudar a los bueyes a salir de aquel trance, se quedó allí cruzado de brazos, invocando entre todos los dioses a Hércules, que era el de su mayor  devoción. Llegó entonces Hércules y le dijo:

-¡Toma una rueda, hostiga a los bueyes y no invoques a los dioses si no hay esfuerzo de tu parte! 

- Si no lo haces así, nos invocarás en vano.



La oración debe acompañarse siempre previamente de la acción

El león y el ratón



Unos ratoncitos, jugando sin cuidado en un prado, despertaron a un león que dormía plácidamente al pie de un árbol. La fiera, levantándose de pronto, atrapó entre sus garras al más atrevido de la pandilla.

El ratoncillo, preso de terror, prometió al león que si le perdonaba la vida la emplearía en servirlo; y aunque esta promesa lo hizo reír, el león terminó por soltarlo. Tiempo después, la fiera cayó en las redes que un cazador le había tendido y como, a pesar de su fuerza, no podía librarse, atronó la selva con sus furiosos rugidos. El ratoncillo, al oírlo, acudió presuroso y rompió las redes con sus afilados dientes. De esta manera el pequeño ex prisionero cumplió su promesa, y salvó la vida del rey de los animales. El león meditó seriamente en el favor que acababa de recibir y prometió ser en adelante más generoso.



MORALEJA: En los cambios de fortuna, los poderosos necesitan la ayuda de los débiles.

El gallo y la joya


un gallo, buscando comida para él y susgallinas, encontró una gema y exclamó:

- Si mi dueño te hubiera encontrado, y no yo, él te habría tomado, y llevado a vender; pero yo no he encontrado para tí ningún objetivo. Prefiero tener un grano de cereal que todas las joyas en el mundo.-

  
Lo que no tiene utilidad, no tiene valor

El asno y su amo


Un asno, conducido a lo largo de un camino en la montaña, de repente resbaló y empezó a caer al borde de un precipicio profundo. Mientras él estaba en el acto de abandonarse al abismo, su dueño lo agarró por la cola, procurando regresarlo. Cuando el Asno persistió en su esfuerzo de dejarse ir abajo, el hombre lo soltó y dijo:

--Triunfa, pero triunfa a tu propio costo.--



Al terco hay que dejarlo con su terquedad.

El águila y el milano




Un águila, abrumada con una pena, se sentó sobre las ramas de un árbol en compañía de un Milano. 

--¿Por qué-- dijo que el Milano,-- tienes una mirada tan pesarosa?--

--Busco-- contestó ella,-- un compañero conveniente para mí, y no he sido capaz de encontrarlo.--

--Acéptame-- respondió el Milano,-- soy mucho más fuerte que tú.--

--¿Y cómo eres capaz de asegurar los medios de vida por medio de los raptos?--

--Bien, yo a menudo he capturado y llevado a un avestruz en mis garras.--

El águila, persuadida por estas palabras, lo aceptó como su compañero.

Poco después de las nupcias, el águila dijo:

--Vuela y tráeme el avestruz que me prometiste.--

El milano, elevándose a lo alto en el aire, regresó con el ratón más lamentable posible, apestando por el tiempo que había estado sobre los campos. 

--¿Es esta-- dijo el Águila,-- la realización fiel de tu promesa a mí?--

El milano contestó:

--Por alcanzar tu mano real, no hay nada que yo no hubiera prometido, por más que yo supiera que podría fallar en la realización.--



Para quien está decidido a alcanzar un objetivo deshonestamente, no le importa hacer promesas falsas.