abía una vez una nena que se llamaba Alita. Vivía en la
calle muñequitas con su niñera, que la
cuidaba mientras sus padres estaban de viaje.
Cierto día, alita recibió una carta de sus papás. Se
la enviaban desde la lejana china y en ella decían que volverían pronto con un
lindo regalo: ¡un verdadero muñeco chino!
¡Cómo se alegró Alita con la noticia! Pero cuando por
fin llegaron sus padres, y ella, curiosa, desempaquetó su regalo, ¡que
decepción!, aquel muñeco chino aunque tenía un vestido precioso, no le gusto
nada, pues su cara era tan triste como diez días de lluvia. Tan triste que,
Alita sin quererlo, se entristeció también al mirarlo…
¡No! Decididamente, no le gustaba ese chinito apenado.
Lo puso en el rincón más apartado de su cuarto y siguió jugando con los otros
juguetes que tenía.
Todos saben que cuando el reloj anuncia la medianoche,
los juguetes comienzan a vivir y hablar
-¿Qué tienes?- preguntó Carmen, la muñeca española, a
Chinito, que seguía en el rincón donde lo había puesto su dueña.
Chinito no contestó…
-Yo sé lo que le pasa-intervino el osito de lana-,
como es que un chinito no habla más chino y no entiende el castellano. Porque
eso estará triste…
Ya lo creo-afirmo el elefantito de hule -. A mí me
ocurrió lo mismo. Cuando me trajeron de África no comprendía ni jota de lo que
me hablaba la gente.
Los juguetes habían dado en el blanco: apenas Chinito salió de su país, ya
no entendió nada de lo que pasaba
alrededor suyo; ni si estaban hablando
bien o mal de él, ni a dónde lo llevaban, ni nada…
¿No tenia, pues,
razón en estar triste?
¡Menos mal que la pena de chinito tiene remedio!-dijo
el elefantito, y hablaba por experiencia.
-¡Claro! –exclamó Carmen -. ¿Para que esta la escuela en el bosque sino para que vayan a aprender a leer
y a escribir los que no saben?
-en cinto minutos tenemos que salir para llegar
puntuales al colegio. ¡Llevemos a chinito con nosotros!
-saltó el osito, y todos los juguetes aprobaron su
idea.
Chinito, claro está, no comprendió nada, pero no
obstante se dejó llevar…
Salieron de la casa y al pasar por la librería de doña
Gatita, Carmen entró y compro un cuaderno y un lápiz y se los regaló a chinito.
¡Cómo se lo regalo al extranjero! ¿Adivinaba para qué le servirían aquellos
útiles?
Carmen, Osito,
Elefantito y Chinito iban, muy tranquilos, camino de la escuela, cuando de repente vieron en el aire
una extraña nube, negra como el carbón, que se acercaba más y más…
-¡Cuidado! ¡La bruja Odialetras! –gritó Osito.
Y todos se escondieron rápidamente detrás
de un árbol. ¡Cómo se asusto
Chinito! Claro, el no podía saber que
siempre que los juguetes se dirigían al colegio, una mala bruja los acechaba
para impedirles que llagaran sanos y salvos.
Se llamaba Odia letras, porque les tenía una rabia
de las mil brujas a todos los juguetes y chicos que querían estudiar. Y los
odiaba porque ella misma no sabía ni leer ni escribir y era tonta como si
tuviera la cabeza llena de aserrín.
Montada en su larga escoba, Odialetras buscó y buscó a los cuatro amigos.
Pero no pudo encontrarlos.
Y por fin, echando maldiciones al abecedario, a las
sumas y retas, la bruja se perdió por
los aires.
Los
juguetes salieron de su escondite y corrieron.
Legaron justó cuando el maestro
Jirafín entraba a la clase… ¡Cómo se asombró Chinito al ver tanta gente
reunida! Animalitos, grandes y chicos, juguetes y muñecos de la vecindad habían concurrido para
aprender todo lo que debe saberse en el bosque o en la ciudad.
-¿Quién es el nuevo de la segunda fila? –preguntó el maestro Jirafín, señalando
a Chinito.
Elefantito se levantó por su amigo y explicó el caso
al maestro.
-Si no es más que eso –exclamó Jirafín- , les
aseguro que dentro de un mes Chinito sabrá charlar en castellano como
cualquiera de ustedes!
Y quien cree
que es el maestro Jirafin había exagerado se equivoca.
Desde
aquella noche, Chinito fue siempre a la escuela del bosque. Y acabo de un mes…
¡Supo hablar como todos! Podía leer y escribir y estaba tan contento, tan
queretecontento que su carita reflejaba una gran alegría.
Podrán
imaginarse que Alita, su dueña, notó el cambio y desde entonces sí que le gustó
jugar con él.
¡Con un Chinito tan feliz y sonriente!
Ahora
que Chinito sabía hablar castellano se celebran las reuniones nocturnas más
divertidas e interesantes que los juguetes jamás habían organizado. El muñeco
les contaba las más extrañas cosas sobre lo que había visto en su país, la
China y los juguetes lo escuchaban, maravillados…
Tanto habló una noche, que ninguno de los reunidos se dio cuenta que
ya había pasado la hora de salir para ir a la escuela.
La primera en notarlo fue
Carmencita. ¿Qué hacer?
De ningún modo podían faltar
a clase, pero a pie no llegarían a tiempo…
-Por esta vez me pongo a vuestra disposición
-dijo entonces un autito
rojo.
¡Qué salvación para los
cuatro amigos! Rápidamente subieron al coche. Chinito hizo de conductor y
veloces como el rayo corrieron al colegio.
Pararon el cochecito a pocos
pasos de la escuela y apenas se hubieron sentado en sus banquitos, entró el
maestro Jirafin… La clase fue linda como siempre: leyeron, escribieron,
sumaron, restaron, y por último, cantaron.
Pero
mientras cantaban alegre mente, afuera sucedía algo terrible: la bruja
Odialetras, la que jamás se cansaba de espiar alrededor de la escuela, había
descubierto el autito de nuestros amigos.
-¡Buena presa! - dijo la malvada vieja.
Y en un abrir y cerrar de
ojos se sentó al volante, puso su escoba en el asiento trasero, apretó el
acelerador y . . . ¡brr. . . brrr! Se escapó en el coche de los juguetes.
Estos, al oír el ruido del
motor, saltaron de sus bancos ¡, y al comprobar que el auto ya no estaba,
Chinito gritó:
¡Fue a bruja Odialetras! ¡Estoy seguro!
-¡Pobre cochecito! – exclamó
Carmencita -. ¡Nos ayudó tan generosamente y ahora esa vieja lo ha secuestrado!
-¡Tenemos que rescatarlo! –
gritó el Osito.
-¡Pronto, compañeros!-ordenó
Chinito-. ¡ Sigamos las huellas del autito!
Así lo hicieron y después de
mucho andar y rastrear llegaron a la casa de la bruja.
Por la ventana vieron que
Odialetras estaba durmiendo, muy contenta por su reciente hazaña. ¡Y detrás de
la casa, bajó un cobertizo, estaba el auto rojo!
-¡ Rápido! ¡subamos y
escapemos! –apuró Carmen.
Pero Chinito le hizo una seña
de que se callara.
-No hay que hacer ruido. ¡Si
hacemos arrancar el motor, la bruja se despertará y nos hechizara a todos!
Chinito se rompió la cabeza
pensando cómo rescatar el coche sin que la bruja se diera cuenta. En eso se vio
la escoba voladora de Odialetras, apoyada en la puerta de la casa. Y en uno
dos por
tresse apoderó de ella y la ató con un piolín delante del coche.
Mientras él montaba en la escoba, ordenó a sus amigos que se subiesen al auto , y…¡uyyy!
Empezó el viaje jamás había hecho un
auto:¡Un viaja por el aire!
Y en esta forma llegaron a su
casa de la calle, muñequitas, felices de haberse salvado gracias a la astucia
de Chinito, el héroe de esta aventura . . .
¿Y la bruja Odialetras? No
sólo perdió el coche que había robado, sino también su escoba. Y sin escoba ninguna
bruja del mundo puede moverse. De ahí que tuviera que quedarse en casa para
siempre… Ahora ya no puede molestar a ningún juguete, muñeco o Chino que va a
la escuela.
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